Cuando una paloma blanca no habla de paz en un centro educativo

Por Pax Dettoni (Antropóloga, experta en Educación Emocional y creadora de “En Sus Zapatos”. Directora de la Asociación Teatro de Conciencia).

Cuando el alumnado se siente tranquilo rinde mejor, saca mejores notas, se comporta mejor, es más generoso, más compasivo, ¡¡más… más…mejor!!

Y… ¿qué pasa cuando el profesorado se siente más tranquilo?

 

Si estás leyendo este artículo y eres maestro; puedes hacerte la pregunta. Quizás descubras que, al estar más tranquilo, o incluso más alegre, ¿pones mejores notas al evaluar a los alumnos? o ¿tienes más paciencia con aquellos alumnos con comportamientos inquietos? o ¿recibes a tus alumnos con una sonrisa por la mañana? o ¿no necesitas gritar para mantener el silencio en el aula y eres capaz de encontrar otros métodos más creativos? u ¿optas por no llevar a un alumno a dirección y buscas alternativas para solucionar el conflicto sin usar el castigo punitivo?

Si has respondido afirmativamente a alguna de las anteriores sugerencias, no te sorprendas.  Son estas algunas de las muchas consecuencias de sentirse más tranquilo.

Es difícil mantenerse en calma cuándo la vida profesional o personal es una vorágine impulsiva llena de prisa, estoy de acuerdo.  Sin embargo, no es imposible. ¿Cómo lo logramos? Pues educando nuestras emociones, educando nuestro interior y adueñándonos de nuestras palabras, de nuestros actos.

En el aprendizaje socioemocional no es tan importante el qué se enseña, sino el quién y el cómo

Sí, con educación emocional, lo has intuido bien.

Cuando el profesorado se auto educa emocionalmente, educa también con su ejemplo y con su modelaje a los alumnos.  No todo depende de que haya una asignatura llamada “educación emocional”, impartida por alguien que nunca permite que los alumnos se enfaden, ni que se pongan tristes y que sólo permite que estén alegres; porque ese profesor no la está viviendo en sí mismo.

En el aprendizaje socioemocional no es tan importante el qué se enseña, sino el quién y el cómo. Una maestra o una profesora que ha hecho un trabajo personal de autoconocimiento y se ha auto educado para gestionar su enfado transformándolo en calma para adueñarse de una situación crítica, está haciendo educación emocional, aunque en su aula imparta matemáticas, o literatura o ciencias sociales.

La educación emocional se convierte en un círculo virtuoso en un centro escolar cuándo la encontramos en el centro de su cultura

La educación emocional se convierte en un círculo virtuoso en un centro escolar cuándo la encontramos en el centro de su cultura. Lo que quiere decir que sus miembros la viven. Y al hablar de los miembros no me refiero sólo a los niños que la aprenden, sino y fundamentalmente a los adultos que componen la comunidad educativa: los maestros, las familias y también -aunque hay una tendencia a olvidarlos- el personal no docente.

Cuando la educación emocional ha echado raíces en un centro escolar hay una coherencia entre lo que se cuelga en sus paredes los días claves de la Paz, de la Amistad, o en las Navidades, y lo que ocurre en la toma de decisiones –por pequeñas que sean- a la hora de gestionar y promover la convivencia.  Es decir, un centro que guarda en su eje un espacio para la educación emocional no será aquel en el que en las paredes de la entrada principal tiene colgadas palomas blancas entre letras –también pintadas y recortadas por los alumnos– que escriben palabras como: Paz, solidaridad, respeto, tolerancia, justicia, generosidad… y en el aula que justo empieza dónde acaba una de las paredes de la entrada, un maestro pone orden en su clase gritando hasta dejarse las cuerdas vocales o amenazando sin patio para que los niños se callen… y en el despacho que empieza justo dónde la otra pared de la entrada acaba, una directora decide expulsar a un niño por comportamiento reiterativamente conflictivo aún y a sabiendas que mientras el niño no vaya al colegio estará solo en su casa, ya que no hay ningún adulto que pueda encargarse de él….

Y en el comedor que está justo detrás de la gran pared con palomas blancas, cinco niños comen de cara a la pared porque se han pegado después del partido de fútbol.

Un centro emocionalmente inteligente promueve el respeto o la justicia no sólo con palomas blancas colgadas en una pared, sino en el uso de las formas verbales entre los mismos compañeros maestros y con los alumnos

No, diríamos que este no sería un ejemplo de cultura de centro educativo emocionalmente inteligente, ya que todas estas acciones han sido lideradas por los impulsos emocionales de los adultos, los de la rabia y el miedo principalmente. Y por ende despertarán nuevos impulsos emocionales de rabia y miedo en los alumnos. Por tanto, ya hemos dado inicio a un círculo vicioso de agresividad.

Un centro emocionalmente inteligente promueve el respeto o la justicia no sólo con palomas blancas colgadas en una pared, sino en el uso de las formas verbales entre los mismos compañeros maestros y con los alumnos, o tomando decisiones de consecuencias restaurativas ante los comportamientos disruptivos del alumnado.

Un centro emocionalmente inteligente no es aquel en el que la educación emocional es una moda, que ahora queda muy bien, sino aquél que se esfuerza por auto educarse para educar. No es labor fácil, se trata de centros compuestos por personas adultas llenas de coraje que son capaces de usar su voluntad para aprender a identificar sus emociones, a gestionarlas, a auto motivarse, a desarrollar la empatía, la asertividad y a resolver el conflicto con acuerdos beneficiosos para todas las partes.

Convertirse en un centro educativo emocionalmente inteligente es un camino que siempre empieza con un primer paso individual que dice “sí, quiero”.

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