Efecto "En Sus Zapatos" en el CEIP La Alhóndiga
Por: Teatro de Conciencia.
Acaba de finalizar el curso escolar y los centros hacen balance del año. Rafael Almazán director del CEIP La Alhóndiga de Getafe señala:
“Nuestro estilo educativo ha cambiado y nace en nosotros el deseo de ayudar a esa persona (menor o adulto) que puede estar sufriendo y no tiene otra manera de manifestarlo que con violencia”
Y destaca cómo se ha producido un “cambio de mirada hacia las personas que nos rodean, familias, alumnos, compañeros…”
“Me ha cambiado la vida, me ha hecho mejor persona, mejor profesional y, sobre todo, más feliz”
Los 25 facilitadores del programa En Sus Zapatos, quienes han aprendido y hecho propia una metodología, basada en el Teatro de Conciencia, para promover la convivencia en los centros escolares, cuentan sus vivencias en el reportaje del periódico Magisterio titulado: “Una formación para la convivencia que transforma vidas”.
“En sus Zapatos ha sido una semilla que está creciendo y me ha cambiado la vida, me ha hecho mejor persona, mejor profesional y, sobre todo, más feliz”, asegura Atena Alonso, la facilitadora más joven del programa y docente del CEIP “Capitán Cortés” de la capital.
“Desde el primer día ya llevábamos a nuestra vida profesional lo que aprendíamos”. Y va más allá, contándonos sobre el efecto que tiene entre los docentes del Claustro: “Este método es capaz de cambiar la perspectiva y el modo de actuar en el aula del profesorado”, explica Eduardo Calderón, director del IES “Pedro Duque” de Leganés. Estos son algunos de los testimonios.
Compasión, razón y acción en tiempos de crisis
Por Eduardo Calderón (Docente y facilitador del programa de alfabetización emocional "En Sus Zapatos").
“En condiciones límite prefiero que las emociones queden reducidas a su mínima expresión.”
Concluyo de este confinamiento.
La crisis es un tiempo que me exige exterioridad, volcarme hacia afuera para resolver del mejor modo éste o aquel problema real que me ha tocado en suerte.
No puedo resolver todos los problemas que veo en derredor, pero estoy obligado a actuar y salvar una vida que cae bajo mi cuidado, o calmar a alguien, o velar por que la secuencia de mis actos sea razonablemente resolutiva.
Hay que salvar esta vida que sin mí se pierde; hay que traer dinero a casa, hay que comer, hay que proteger a unos padres, hay que mantener aséptico el domicilio.
Salvar esta vida que sin mí se pierde.
¿Puede haber mayor responsabilidad que esta?
El otro.
Cuando el otro, el que está fuera de mí. Frente a mí; aún en silencio, me pide auxilio.
Cuando está en juego otra vida que no es la mía. Mis hijos, mi familia, alguien que sufrió un accidente cuando yo pasaba a su lado y sin mi ayuda moriría; mis mayores.
Cuando algo tan valioso, que no soy yo, que está al otro lado de la barrera del yo, nos reclama en la llamada definitiva y nos apela: “O tú o nadie” … ¿Cuánto vale mi emoción?
Respondo.
Mi emoción no vale nada.
Solo vale mi acción. Solo cuentan mis actos.
El fin del camino, aquello que buscamos todos, siguiendo el pensamiento aristotélico, es la felicidad. Sin embargo, como destacaba el filósofo alemán Immanuel Kant, la obligación moral nos exige en ocasiones realizar actos que claramente atentan contra nuestra felicidad individual, porque nos exigen entregar la propia vida en el intento. Y tenemos como ejemplo en esta crisis todas las personas, sanitarios o no, que en estos días han entregado su vida al contaminarse con el virus cumpliendo con su deber moral o profesional.
En una vida cotidiana sin incidentes externos graves, tendemos a buscar el equilibrio interior como vía hacia el bienestar, si puede valer éste como sinónimo de felicidad. Pero cuando la realidad circundante se torna peligrosa, no solo para nosotros, sino para todos cuantos nos rodean, el bienestar puede consistir en el volcarse en el otro.
La comodidad puede tornarse en egolatría, egocentrismo, autosuficiencia, reconcentración en las propias emociones, sentimientos, pensamientos, autocomplacencia, en una palabra.
En la crisis, se abre paso la realidad. El ser humano no es autosuficiente, nace de otros, necesita de los otros, su esencia es volverse hacia los otros, darse a los otros.
Aristóteles tenía claro que no es posible la felicidad sin amigos, sin sociedad, pues la esencia del humano es ser social.
La exterioridad, la atención al otro, la preocupación por los demás y la sociedad, implican el perdón y sobre todo la escucha, la compasión y la acción prudente, templada y justa.
Atenuar o suspender la atención a la propia interioridad, adquirir un aparente y suficiente grado de impasibilidad, templanza al fin y al cabo; se hace imprescindible para ser compasivo. Compasión e impasibilidad parecen contrarios, pero la compasión exige olvido de sí. Impasibilidad, contención interna y atención al otro. Escucha.
En situación de crisis el amor no es un sentimiento: el amor son actos. La compasión es ser movido hacia la acción por otro, no gozarse en la idea de que siento mucho lo que a los demás les pasa. Haciendo el juego de palabras, la con-pasión se torna con-acción. Actos que nos exigen olvido momentáneo de nosotros mismos. Eso que llamamos. Abnegación, denegación. Otro término que en el latín tardío y luego en español, pasó a significar “renunciar a los propios deseos o a aquello que nos conviene”, normalmente por un deber, tal y como veíamos que destacaba Kant.
Así, la gestión emocional es concebida sólo como el inicio de un movimiento que nos permita atender al exterior, a los otros, con la debida templanza, prudencia y justicia, volcarnos mejor hacia fuera cuando la realidad circundante nos reclama. Asertividad de los actos, no de la palabra
Cuidar de la realidad, cuidar de los demás, no sólo de uno mismo. Cuidar, curar del otro, me cura de mí.