Por Gema Eizaguirre. Periodista y Responsable de Comunicación de Teatro de Conciencia.
Analfabeto emocional: Dícese de la persona que desconoce el funcionamiento y el manejo de sus emociones. Aunque no hay cifras oficiales, esta es una carencia muy extendida en todos los ámbitos de la sociedad. Según Rafael Bisquera, catedrático de la Universidad de Barcelona y presidente de la Rieeb (Red Internacional de Educación Emocional y Bienestar) "el analfabetismo emocional está pasando factura a mucha gente y puede agravarse con la pandemia”.
“La educación emocional es una respuesta a las necesidades sociales y emocionales que no están suficientemente atendidas en las áreas académicas o en los servicios sociales. Entre estas necesidades están la prevalencia de ansiedad, estrés, depresión, conflictos, violencia, comportamientos de riesgo, consumo de drogas, suicidios, etc. Todo esto son manifestaciones del analfabetismo emocional que se propone superar con la educación emocional”.
El problema de una emoción no es sentirla, sino saber cómo usarla
La somatización de las emociones es una realidad. Un estudio de la universidad de Colorado descubrió que las zonas cerebrales que se activan cuando sufrimos un dolor físico son las mismas que cuando experimentamos un dolor emocional. Lo que significa que el cerebro no distingue entre dolor físico y el que proviene de una emoción a gran volumen.
Entonces entra en juego la Educación Emocional que nos permite conocer nuestras emociones (rabia, miedo, tristeza, alegría) y tener recursos para gestionarlas disminuyendo así los efectos no beneficiosos y potenciar los efectos positivos que conducen a la tranquilidad y el bienestar. Ya lo dijo Aristóteles: “El problema de una emoción no es sentirla, sino saber cómo usarla” y animaba a conocerse a uno mismo. En el ámbito de la empresa, aunque sea solo para el beneficio corporativo, en la selección de personal valoran más al candidato que es empático que al “cerebrito” sin habilidades socioemocionales.
Sin embargo, al nivel educativo y, de calle está muy lejos de ser reconocida la necesidad de saber por qué uno tiene una determinada emoción, ser consciente de ella y saber qué hacer para que no se le lleve por delante. Véase que me bajan el sueldo o entro en ERTE y mi ira me lleva a destrozar el teclado y a gritar contra al jefe e intentar agredirle.
Las emociones son el nexo de unión entre las personas y su entorno. Solamente una educación que tenga esto presente en el siglo XXI puede tener sentido
Una causa del alfabetismo emocional que señala Bisquerra es la sociedad del consumo y del tener, a veces por miedo o por pensar que las emociones son una muestra de debilidad se tiende a reprimirlas. Sin embargo, esta eminencia de la educación emocional explica: “La persona tiene necesidades, y deseos, a partir de los cuales nos relacionamos con el exterior. Es decir, las emociones son el nexo de unión entre las personas y su entorno. Solamente una educación que tenga esto presente en el siglo XXI puede tener sentido”. Ni siquiera la era digital las ha eliminado, sino que se incorporan como parte de la comunicación no verbal mediante el uso de emoticonos o fotos dónde los adolescentes ponen gesto de alegría, tristeza...
Continúa el experto: “Hay que tener presente que en las emociones puede estar lo peor de nuestra vida (miedo, ansiedad, estrés, angustia, depresión, malestar, etc.), pero también está lo mejor (empatía, compasión, solidaridad, amor, ternura, cariño, satisfacción, armonía, plenitud, paz interior, felicidad). Lo importante de todo esto es que las emociones negativas nos van a llegar inexorablemente. En cambio, las positivas son el resultado de un proceso de aprendizaje, de desarrollo personal, de cambio de actitudes, de un trabajo personal de interioridad. Y esto último nos da miedo. Y nos quedamos en el miedo.”
La pandemia ha abierto la Caja de Pandora pero también ha generado, casi espontáneamente, empatía
El miedo que da el reflexionar sobre ¿quién es uno? Y ¿qué hace aquí? La pandemia ha abierto la Caja de Pandora pero también ha generado, casi espontáneamente, empatía, al sentir la pena de la gente mayor sola confinada, el esfuerzo de los sanitarios...
Así señala Bisquerra: “Quiero valorar este aspecto de la pandemia como una oportunidad que conviene aprovechar. Lo cual puede tener efectos en un aspecto emocional muy importante: el sentimiento de identidad. ¿Quién soy yo?, ¿español?, ¿francés?, ¿mexicano?, ¿europeo?, ¿americano?... ¿o ciudadano del mundo? Pero creo que también es importante que esto sea compatible con un sentimiento de identidad como ser humano, de tal forma que lo que pasa a cualquier persona de esta aldea global, que es el planeta Tierra, no me es ajeno, sino que pasa a “uno de los nuestros”. Todo esto, bien enfocado, podría contribuir al desarrollo de la empatía, la solidaridad y el bienestar global compartido”.