Por Pax Dettoni Serrano (Antropóloga, experta en educación emocional. Creadora del programa de alfabetismo emocional "En Sus Zapatos" y Directora de la Asociación Teatro de Conciencia).
No hay opción. La mayoría seguimos confinados.
De hecho, la mayoría probablemente nos estamos acostumbrando a estar confinados. El ser humano tiene una gran capacidad de adaptación, para muestra un botón.
Y ¿qué hacemos mientras pasa el tiempo de encierro y no estamos teletrabajando?
Podemos optar por aprovecharlo haciendo todo lo que no hemos hecho antes en cuestiones domésticas: arreglar cocinas, armarios, papeles, limpiar a fondo, cambiar la decoración del salón…
También quizás optemos por apuntarnos a cursos virtuales para aprender idiomas o a tocar la guitarra, o sigamos online clases de yoga, taichí, zumba, manualidades…
Si tenemos hijos, puede ser que usemos el tiempo para jugar o hacer deberes con ellos. Y si no los tenemos, a lo mejor hacemos más videoconferencias que substituyen aperitivos, meriendas, comidas o cenas con familiares, amigos y, a veces, con no tan amigos.
Por supuesto, se puede emplear además para leer, para escribir, incluso para pintar, cantar o crear contenidos de Youtube. La opción de pasarse muchas horas mirando la TV, series o películas no se puede obviar.
Sea como sea, la cuestión es usar ese tiempo, llenarlo. El mensaje que nos llega es el de darle sentido al confinamiento en el hacer, en el conseguir pequeños logros, en el aprender nuevas capacidades…. Sin embargo:
¿Qué dejamos de hacer mientras estamos tan ocupados haciendo? Sentir. Sentir en la paz del silencio y del no hacer.
El confinamiento es una oportunidad también para quedarse quieto, cerrar los ojos en silencio y apaciguar los pensamientos. No hace falta música, ni incienso para ello.
Sólo es necesario querer hacerlo, cualquier sitio es válido. Incluso el baño, si nuestra casa es pequeña y somos muchos.
Ocupar nuestro tiempo para aquietarnos y mantenernos en silencio, poniendo toda la atención en nuestra respiración o en nuestro latir del corazón, es una posibilidad recomendable para considerar.
Podemos hacerlo solos, cuando más nos acomode y cuando las circunstancias lo faciliten (al levantarse temprano, o antes de acostarse, por ejemplo), o podemos hacerlo acompañados de otros miembros de nuestras familias, haciendo de ello un momento para estar juntos “de otro modo”.
Cuando cerramos los ojos, estamos apagando las señales del estímulo más usado en nuestro día a día que es el de la vista. Si además lo hacemos en silencio, también apagamos otro estímulo muy usado que es el del oído. Entonces, nos queda llevar la atención al “todo” de nuestro mundo interior que es invisible y sordo para los sentidos de la vista y el oído
Y ese “todo” que somos nosotros mismos, también necesita de nuestra compañía.
El silencio y el no hacer permiten que nos encontremos con ese Ser que habita en nuestro interior y al que nos referimos con el pronombre” yo”.
Tal y como se refería a él, de un modo muy bello, Juan Ramón Jiménez en su poesía “Yo no soy Yo”.
Yo no soy yo.
Soy este
que va a mi lado sin yo verlo,
que, a veces, voy a ver,
y que, a veces olvido.
El que calla, sereno, cuando hablo,
el que perdona, dulce, cuando odio,
el que pasea por donde no estoy,
el que quedará en pie cuando yo muera.
“Este Yo” es el Ser que siempre está ahí. El que ama incondicionalmente.
Entonces, ¿quizás sea el confinamiento una oportunidad para amar?
Un ejemplo de cómo estar en silencio y sin hacer nada más que prestar atención a tu respiración (pincha en aquí)