
Por Pax Dettoni Serrano (Antropóloga, experta en Educación Emocional. Creadora del programa de alfabetización emocional "En Sus Zapatos" y Directora de la Asociación Teatro de Conciencia).
Me enfado, te enfadas, se enfada, nos enfadamos, os enfadáis y se enfadan. Claro.
El enfado, la rabia, es inevitable, y más en estos momentos en los que estamos confinados. En estos días en los que no sabemos si es miércoles o lunes o sábado, en los que, por no saber, no sabemos ni qué ha pasado exactamente para llegar hasta aquí, ni mucho menos lo que va a pasar de ahora en adelante.
Son los días de confinamiento más propensos a molestarse en general; aunque también a molestarse por ”tonterías”, por cosas que en el momento se viven como lo más importante pero luego –con la calma– nos damos cuenta de ”que no había para tanto”. Y es que el cansancio abona la tierra para la rabia, eso es un hecho.
¿Entonces qué hacemos?
Bueno, pues podemos entregarnos libremente a las llamas del enfado, regocijarnos en él hasta que nos queme la boca del estómago y el cuello. Enfurecernos más y dedicarnos a alimentarlo con pensamientos rumiantes que nos hablan una y otra vez de lo injusta que es la situación o el comportamiento de alguien para con nosotros. Luego podemos darle rienda suelta y convertirnos en un dragón que quema con sus palabras toda la casa, o en un toro bravo que destruye lo que encuentra en su camino.